La revista Raíces me sorprende con una solicitud: escribir sobre la situación de la enseñanza secundaria hoy. Y es que la Educación Secundaria parece olvidada de la discusión pública, dada la importancia creciente (y merecida) otorgada a los niveles preescolares y las demandas de condonación del CAE desde la Educación Superior.
Los niveles secundarios, que incorporan al millón de estudiantes entre I y IV medio, están lejos del debate de los medios de comunicación y la preocupación de la opinión pública; salvo cuando la violencia, los overoles blancos y las tomas se apoderan de los liceos emblemáticos. Es sólo en estas situaciones dramáticas que políticos y periodistas parecen recordar a los estudiantes de Media que asisten a distintos establecimientos educacionales del país.
Pero lo cierto es que la Educación Secundaria pasa por un momento de tremendo desafío. La frase “Chile cambió” parece aplicarse totalmente a los estudiantes de entre 14 y 18 años, sus intereses, la relación con sus pares, padres y profesores, la incorporación de la tecnología en todos los aspectos de su vida, su interés por la naturaleza, su aceptación de la diversidad, entre otros elementos hacen que hacer clases en esas salas sea muy distinto que hace 10 años. Es más difícil, porque la autoridad de los profesores no es aceptada automáticamente, es más complejo porque la relevancia que le dan a lo emocional exige tener este aspecto en cuenta permanentemente y es más exigente porque los propios jóvenes pueden acceder a los más diversos contenidos sin la mediación de un profesor.
Desde el punto de vista del sistema educativo, “la media” se divide en dos subciclos que no siempre conversan entre sí. En I y II media se terminan de trabajar contenidos y habilidades que no se verán nunca más más, cerrando un ciclo que viene desde 7º básico; y en III y IV medio se desarrolla un programa de Electividad que, si bien, permite a los estudiantes optar por asignaturas más cercanas a sus intereses, parece estar desconectado de los contenidos que se exigen a nivel universitario, y peor aún, aquellos que son evaluados en la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES). Sí, aunque usted no lo crea, la Prueba de Admisión en teoría no evalúa lo trabajado en los últimos años de escolaridad. Frente a esta realidad, algunos establecimientos preocupados de no coartar el acceso a la educación terciaria usan horas de libre disposición para reforzar los aprendizajes requeridos, y paralelamente, los estudiantes más acomodados repletan las salas de los preuniversitarios para asegurar buenos resultados. La brecha de resultados entre los colegios públicos y los particulares pagados, es evidente. Y si bien, revela un distanciamiento que no se origina en Educación Media, tampoco es abordada por los planes de este nivel.
Por otra parte, la grave escasez de profesores con especialidad (especialmente en asignaturas científicas y matemáticas) que puedan ejercer en estos niveles es una dificultad enorme para los colegios. Esto llega a niveles críticos en los establecimientos Técnico profesionales, acentuado por una legislación anticuada que no siempre reconoce las especialidades de estos docentes y les impide remuneraciones similares a las de sus pares.
Agravando esta situación, y como en todo el sistema educacional, la pandemia ha producido un terremoto de aprendizajes. Los profesores recibimos estudiantes que no se escolarizaron en dos años, con los vacíos que eso implica, y debimos enfrentar el desafío de ayudar a aprender a alumnos y alumnas con una multiplicidad de niveles de retraso y que habían olvidado las normas mínimas de estar en grupo en una sala de clases. La dificultad de trabajar los contenidos específicos de las asignaturas de Educación Media en este contexto aún no ha sido suficientemente documentada.
Y si bien sabemos que el COVID 19 va pasando poco a poco, la pandemia de salud mental se mantiene azotando a nuestros jóvenes, lo que exige a los docentes desarrollar habilidades para manejar estas dificultades, algunas incluso de carácter clínico. Los problemas de convivencia requieren ser abordados, y muchas veces esto no es posible ya que no se cuenta con el apoyo decidido de padres y apoderados: Convivir requiere aceptar límites y normas, y sabemos que para muchas familias resulta muy difícil trazarlas. Y para qué hablar de la violencia desatada que se ve en algunos liceos emblemáticos, en que los jóvenes muestran un nihilismo profundo, muchas veces alentado por adultos que los utilizan con fines ajenos a lo educativo.
Poco auspicioso, creo escuchar el comentario de los lectores. Todo mal, dirán otros. Pero hay elementos positivos y algunas luces.
Por una parte, nuevas metodologías (o no tan nuevas) permiten motivar a los estudiantes, como el Aprendizaje basado en proyectos. Al que le tengo mucho respeto por que no puede convertirse en el tradicional ¨trabajo en grupo” en que un estudiante trabaja y el resto descansa. Pero si se implementa bien, los estudiantes realmente participan, aprenden y desarrollan todos sus talentos.
Pero lo más relevante, a mi modo de ver, es una generación de profesores y profesoras jóvenes que está egresando de las distintas universidades. Esos que podrían haber estudiado cualquier cosa y eligieron entregar su talento en una sala de clases. A ellos se suman los jóvenes de otras carreras que ingresan al sistema a través de proyectos como Enseña Chile o directamente a las instituciones educativas, dispuestos a aportar desde sus disciplinas a la educación dada la escasez de docentes (y muchos porque han descubierto tardíamente su vocación). Vemos a este grupo de profesores nóveles en las salas de clases, motivados con sus asignaturas, dispuestos a formarse en estrategias metodológicas que les permitan enseñar mejor, entusiastas y comprometidos. Lamentablemente son pocos, y las políticas que intentan aumentar su número (como la Beca Vocación de profesor) no están dando el resultado esperado. Se hace urgente tomar medidas para que sean cada vez más. Porque cuando logramos que lleguen a las escuelas, los acompañamos, formamos y los apoyamos a desarrollar sus talentos, el efecto es enorme. Con ellos estamos en deuda como país: les debemos abordar el desafío de valorar el rol docente, reforzar la autoridad de los profesores y mejorar las condiciones de trabajo, de modo que ser profesor de Educación Media resulte no sólo posible, sino atractivo.
Y finalmente, da esperanza el compromiso de numerosos directores y equipos directivos con el aprendizaje de cada uno de sus estudiantes, que siguen dando la pelea a pesar del océano de normativas y exigencias que tironean actualmente a las escuelas: “la contienda es desigual”, dicen angustiados. Pero día a día, trabajan para apoyar el aprendizaje académico y socio emocional de sus estudiantes. Es vital darles soporte para que puedan focalizarse en eso, exigiéndose al máximo y apoyando a sus profesores. Urge desarrollar una carrera directiva que considere los desafíos que enfrenta cada nivel educativo.
La Educación Secundaria enfrenta enormes desafíos, e incluso aquellos elementos que parecen positivos involucran las tensiones que tiene el sistema. Frente a este escenario, hay que “apañar” no más, dirían los jóvenes. Esperemos que Chile sea capaz de abordar los cambios que se requieren para que esos mismos jóvenes reciban la educación que necesitan para enfrentar el futuro.
Magdalena Plant R.
Socia fundadora de Red Directiva
Colaboradora asociada de Horizontal